El padre del cineasta Víctor Gaviria fue un narrador nato, un contador de historias, que quizá se convirtió en el germen de su pasión por el cine. En este vídeo, el director de 'La vendedora de rosas' reflexiona sobre su trayectoria vital y profesional, sobre la delgada línea entre la exclusión y la inclusión, la necesidad de dar voz a los jóvenes que viven en el "no futuro" y el cine como arte de solidaridad y esperanza.
El poeta y cineasta Víctor Gaviria ha construido una obra cinematográfica que trasciende la pantalla para convertirse en testimonio social. Su carrera despegó con ‘Rodrigo D: No futuro’ (1990), que retrata la cruda juventud de Medellín durante los años más oscuros de la violencia narcotraficante. Fue la primera producción colombiana seleccionada para competir en el Festival de Cannes, convirtiéndose en un símbolo del nuevo cine latinoamericano, que Gaviria consolidaría años después con su obra maestra, ‘La vendedora de rosas’.
Su compromiso con el cine social y realista, donde trabajan actores naturales que recrean sus propias vivencias y experiencias en los márgenes de la sociedad, han conmovido al mundo por su narrativa sobre la crudeza, la honestidad y resiliencia. “A pesar de la conciencia trágica que tenían aquellos jóvenes de la calle, que decían constantemente que vivían una muerte joven, que no tenían futuro... Nos dejaron la esperanza de que, a pesar de todas esas contrariedades y demás, cada vez que improvisaban, había como una manifestación de una alegría de vivir, de un entusiasmo que se les veía en los ojos”, recuerda el cineasta. Más allá del cine, Gaviria también ha cultivado una faceta literaria con libros de poesía y relatos que exploran la cotidianidad y la violencia urbana. Su obra ha trascendido la ficción para convertirse en un espejo de la realidad social colombiana y una mirada humanista para dar voz a los invisibles.
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