Desde 1933 hasta el final de la guerra mundial, el Tercer Reich intentó arrebatar todos sus bienes a los judíos que residían en el territorio bajo su control. Una política que concluyó en los campos de exterminio donde los deportados fueron privados de sus últimas y más íntimas propiedades. Con este saqueo metódico los nazis pretendían borrar su memoria, exterminar su cultura y erradicar cualquier rastro de su presencia en Europa.
Las obras de arte forman parte de este despojo total, absoluto. Constituyen la parte más glamurosa, más brillante del mismo, la que ha llegado con más fuerza hasta nuestros días. Setenta y cinco años después de que acabara la Segunda Guerra Mundial, los medios de comunicación de todo el planeta publican semana tras semana nuevas historias relacionadas con el pillaje artístico nazi.
El expolio es hoy noticia, pero desde los años cincuenta del siglo XX hasta el último lustro del mismo apenas nadie habló ni escribió sobre este tema. La lógica de la Guerra Fría arrumbó el ajuste de cuentas con el pasado nazi. Gobiernos e instituciones dejaron de investigar el paradero de los bienes expoliados y esta inacción alentó su dispersión en el mercado del arte. Durante medio siglo, estados, museos y coleccionistas privados acrecentaron su patrimonio artístico con piezas procedentes del expolio sin hacer demasiadas preguntas sobre una proveniencia que con frecuencia resultaba evidente.
Los distintos modos en que los nazis acometieron el expolio de obras de arte y la complejidad inherente a la posterior política de restituciones han dado lugar a una enorme casuística.
Para ilustrar mejor dicha diversidad el catedrático Miguel Martorell analizará en esta conferencia la trayectoria de tres cuadros expoliados, la historia de sus propietarios originales y la deriva que han seguido hasta nuestros días: Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, de Camille Pissarro; Vista de una plaza holandesa, atribuido durante mucho tiempo al pintor neerlandés del siglo XVII Jan van der Heyden y Retrato de Luisa María Gonzaga de Nevers, de su contemporáneo Ferdinand Bol
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