Es uno de los mayores escándalos medioambientales de Alemania. En 2012, un control rutinario detecta sustancias químicas denominadas PFAS en el agua potable de una ciudad del sur de Alemania. Poco a poco se va conociendo el alcance del problema.

El producto químico llega al agua potable y a la sangre de las personas. Olaf Kaspryk, director de los servicios municipales de la ciudad de Rastatt, se lanza a la búsqueda de pistas. La toma de muestras y los análisis de sangre avanzan lentamente. Los agricultores se ven obligados a destruir cosechas enteras. Muchos habitantes ya no beben agua del grifo, pero las sustancias ya se detectan en sus organismos. Se advierte a las madres que no den el pecho a sus hijos.
Los PFAS, compuestos alquílicos perfluorados y polifluorados, se encuentran en muchos productos de uso cotidiano, como sartenes de teflón y ropa impermeable. Se acumulan en el medio ambiente y en los tejidos y pueden ser muy perjudiciales. Se sospecha que los PFAS pueden afectar la reproducción humana, son cancerígenos y reducen la respuesta inmunitaria a las vacunas.
La sustancia nociva se encontraba en el compost que se esparcía en los campos. El caso de los PFAS en Rastatt ha causado hasta ahora 40 millones de euros en costes de información y saneamiento. Los PFAS son muy estables y detectables durante mucho tiempo, por lo que también se denominan «químicos eternos». La Unión Europea (Ue) está estudiando actualmente su prohibición.
El caso de Rastatt es uno de los mayores delitos medioambientales de Alemania. Las consecuencias afectarán a las personas y al medio ambiente durante mucho tiempo.