Es un viaje a un mundo fascinante de difícil acceso. En la inmensidad del océano Pacífico, abundan deliciosos manjares, se avistan atolones parecen estar a punto de colapsar y un enorme depósito de residuos nucleares amenaza con estallar.
Para el documental de dos partes, un equipo de camarógrafos viaja en un avión de hélice a las "islas del tesoro” del Pacífico. Recorre una superficie aproximadamente del tamaño de China y Estados Unidos juntos, en la que vive solo la mitad de la población de Berlín.
En las islas Chatham la soledad en el vacío azul se convierte en un reto diario. Allí los alimentos se encarecen y el gasóleo escasea si el barco de suministros no llega a tiempo.
El tesoro que sacan de las profundidades del fin del mundo es codiciado por los gourmets y puede comercializarse a un alto precio: las conchas de abulón. Jade Kahukore-Dixon es buceador de abulones. Recoge estos moluscos a una profundidad de entre diez y quince metros. "Si las cosas van bien, puedo ganar entre 2.000 y 2.500 dólares neozelandeses en un día”, dice. Pero el trabajo es peligroso en aguas del gran tiburón blanco. Cada tanto hay buceadores heridos o muertos. Lo que para unos es un tesoro, es para otros una arriesgada fuente de ingresos.
En las Islas Marshall, Estados Unidos probó bombas atómicas y de hidrógeno hasta la década de 1960. Los habitantes del remoto atolón aún sufren las consecuencias. En la isla de Runit se encuentra uno de los mayores depósitos de residuos nucleares de la humanidad. El aumento del nivel del mar y las tormentas tropicales amenazan esta extraña estructura en medio del océano. No obstante, en Tuvalu, el equipo constata que, un análisis más minucioso indica que algunas de las predicciones más alarmantes podrían no ser del todo ciertas.
Dos meses después de finalizar el rodaje Jade Kahukore-Dixon fue atacado mortalmente por un tiburón. Tenía 24 años. Este documental le rinde un homenaje póstumo.