En septiembre de 1941, la Wehrmacht avanzaba en todos los frentes dentro de la Unión Soviética. Kiev había caído y Leningrado estaba sitiada. Hitler quería lanzar una gran ofensiva contra Moscú antes de que llegara el invierno.
Bajo el nombre en clave "Operación Tifón", comenzó la batalla final: una lucha desesperada por la capital soviética. La doble batalla de Viazma y Briansk tenía como objetivo destruir las formaciones del Ejército Rojo apostadas ante Moscú y, posteriormente, conquistar la ciudad. Al principio, la Wehrmacht logró cercar y desgastar a los defensores soviéticos. Pero la lluvia y el barro detuvieron el avance alemán. Tras más de dos semanas de heladas, cuando por fin fue posible mover a las tropas, comenzó la verdadera batalla por Moscú.
Miles de civiles fueron movilizados para reforzar las defensas en el perímetro de la metrópolis. Aun así, Stalin ordenó la evacuación de la ciudad el 16 de octubre. Se desató el pánico, proliferaron los saqueos y, tres días después, se declaró el estado de sitio y se impuso la ley marcial. A pesar de los enormes problemas de abastecimiento, los alemanes lanzaron una nueva ofensiva a mediados de noviembre, que finalmente fracasó.
En la primavera de 1942 las tropas soviéticas lograron recuperar gran parte del territorio perdido en otoño. En el curso posterior de la guerra, la derrota alemana en Stalingrado en 1943 también se consideró otro punto de inflexión decisivo. A partir de entonces, el retroceso fue imparable en todos los frentes, y las dudas entre los ciudadanos alemanes sobre la "victoria final" aumentaron considerablemente, pese al famoso discurso de Goebbels en el Palacio de los Deportes. El ministro de propaganda de Hitler llamó a la "guerra total" el 18 de febrero de 1943. La "Operación Barbarroja" fracasó y finalmente resultó en la capitulación incondicional de Alemania en mayo de 1945.