Deliciosos, dulces, bajos en calorías: los tomates tienen muy buena reputación. Pero, ¿su cultivo es sostenible? Se sabe poco al respecto. Con una producción total de 190 millones de toneladas al año, son la hortaliza más importante del mundo.
Almería, España, abastece a Europa de verduras frescas durante todo el año. Pero el supuesto huerto de Europa se parece más a un mar de plástico: en una superficie equivalente a 45 mil campos de fútbol se extienden invernaderos, uno tras otro, hasta el horizonte. Y es que el tomate es muy exigente: no le gusta el calor ni el frío, ni la luz solar directa. El riego también debe estar bien planificado. El plástico ayuda a ello. Para unos es una bendición, para otros una maldición: Marcos Diéguez, de la organización ecologista española «Ecologistas en Acción», lleva años luchando contra la avalancha de plástico. Sólo alrededor de un tercio del plástico se elimina de forma adecuada, explica. El resto acaba en uno de los muchos vertederos ilegales de la región. Y el plástico no es el único problema: el cultivo requiere mucha mano de obra y se ahorra en salarios. Por las mañanas, las calles de Almería están llenas: sobre todo hombres norteafricanos esperan en las aceras con la esperanza de encontrar trabajo. Para estas personas, cada día es una lucha, según Miguel Carmona, del sindicato «SOC-SAT Almería». Los temporeros suelen carecer de documentos o contratos de trabajo. Viven en alojamientos provisionales, construidos por ellos mismos con restos de madera y lonas de invernaderos desechadas. Sin electricidad, sin agua corriente, sin instalaciones sanitarias. En medio de Europa.
El documental analiza cómo se puede hacer más sostenible la producción de tomates. Se espera que las nuevas variedades, más resistentes, contribuyan a ello. Algunos productores de tomates también están intentando cultivar de forma respetuosa con el clima utilizando energía geotérmica en los invernaderos.