La taiga o bosque boreal es la mayor zona de vegetación de coníferas del mundo. En este bioma, el abedul desempeña un papel especial. Su corteza clara es una capa aislante perfecta, y hongos simbiontes protegen sus raíces de agresores.
En el bosque boreal de coníferas, donde la luz y la oscuridad, el calor y el frío se suceden en un ciclo eterno, un árbol sagrado vela por los habitantes de la taiga: el abedul. Con sus fuertes raíces y su alta copa, este singular árbol es un símbolo de vida. El pueblo sami de Laponia lo venera como fuente de inspiración, recurso y planta medicinal. Su madera se utiliza para la calefacción, su savia como esencia medicinal, sus ramas para tallar arcos y los ejemplares especialmente longevos como oráculo al que consultar cuestiones existenciales.
Gracias a su color claro, que se mimetiza con el paisaje nevado en invierno, el abedul esquiva las miradas de liebres y renos que codician su nutritiva corteza. El color blanco del tronco también ayuda a que la nieve de alrededor se derrita más lentamente, lo que protege las raíces del frío. Y en verano, refleja la luz del sol, con lo que se reduce la absorción de calor.
Al igual que el abedul, otras criaturas también han desarrollado estrategias para sobrevivir en condiciones extremas. Los líquenes son algo más que decoración en el bosque boreal de coníferas. Estos hongos sirven de alimento a los renos, aíslan el suelo y son el material que las aves árticas eligen para construir sus nidos. Los renos, por su parte, son los jardineros paisajistas de la taiga: cortan los sabrosos brotes de fresnos y alerces, y regulan así el bosque de forma natural. Cuando se revuelcan por el suelo, crean pequeños huecos en los que puede acumularse el agua de lluvia. Sus excrementos sirven de abono y bajo las pezuñas transportan semillas de árboles y arbustos. Cuando hay tormentas, frecuentes todas las épocas del año en la taiga, la flexibilidad natural del abedul es una ventaja. Pero los árboles caídos también contribuyen a la biodiversidad al dejar al descubierto el suelo mineral y exponerlo a la luz solar para que pueda desarrollarse nueva vida.
Pero en verano, olas de calor cada vez más extremas amenazan el frágil ecosistema del bosque boreal de coníferas. Las especies animales y vegetales tienen que adaptarse o migrar más al norte para sobrevivir.