En el capítulo anterior, habíamos resumido la “conciencia desdichada” en esa experiencia que consiste en encontrarnos lo absoluto enfrente de nosotros, como una cosa sensible entre las cosas sensibles. En lugar de sentirnos englobados por una totalidad, nos vemos obligados a ir detrás de ella, sin saber muy bien hacia dónde. En el cristianismo, finalmente, encuentras a esa totalidad clavada en una cruz. Esta aventura, que es la esencia del cristianismo, es la esencia misma del amor. Romero y Julieta buscan desesperados “ser dos en uno”, fundirse en una totalidad, y, de pronto, se encuentran con esa anhelada totalidad materializada enfrente suyo, bajo la forma de un hijo, de una hija. Es un milagro sorprendente, sin duda, porque el niño es es como un orgasmo materializado en un cuerpo. Pero, al mismo tiempo, es una potenciación delirante de la “conciencia desdichada”, porque la unidad buscada y ahora felizmente encontrada, sin embargo, está ahí enfrente y tiene una autonomía alocada y demencial, un niño que corretea por el pasillo intentando meter los dedos en los enchufes. Romero y Julieta no pueden más que contemplar estupefactos el espectáculo. La unidad buscada ha cobrado una vida independiente y les ignora. Quizás un día se encontrarán a esa unidad tan perfectamente realizada clavada ahora en una cruz, “crucificada a base de pastillas”, como dice la letra de la canción de Extremoduro, “Jesucrito García”. Sin embargo, los hegelianos católicos, como Diego Fusaro, han querido ver en la “eticidad de la vida familiar” la resolución de toda la desdicha del amor. Pero no es así: somos un Jesucristo mal hecho, amamos “hechos un Cristo”, pero jamás llega el Espíritu Santo a completar la anhelada totalidad y resolver el problema con un final feliz. La totalidad buscada por Romeo y Julieta al hacer el amor se materializa en un tercero, en un hijo o una hija. Pero lo que se anuncia ahí no es ni mucho menos la “unidad ética de la familia” como pretende Diego Fusaro que dice Hegel. Lo que ahí se anuncia es la conciencia desdichada al cuadrado. Porque la única manera de lograr consumar lo que ahí se perseguía está radicalmente prohibido por la prohibición del incesto. Que Romeo, Julieta y su hijo sean la misma persona. Eso no es ni mucho menos la unidad ética de la familia. Es la estructura psiquiátrica del delirio psicótico: “ser tu propio padre con tu madre” o “ser tu propio hijo con tu amante”. En psiquiatría, esa pretensión no ser resuelve en una hegeliana “unidad ética familiar”, sino en la pretensión de ciertos sujetos que pretenden que son Napoleón.