Los sobrevivientes del genocidio tutsi en Ruanda rara vez superan el trauma de aquella tragedia. Una organización ruandesa recurre a la creatividad para tratar de aliviar las heridas psicológicas e impedir que la historia se repita.
Amani, de 31 años, sobrevivió al genocidio siendo un niño. Por eso fundó en uno de los barrios más pobres de Kigali, la capital ruandesa, una organización que trabaja con niños y sus padres. Entre otros proyectos, aquí tratan de ayudar a los sobrevivientes a superar a través del arte los traumas que aún hoy pesan como una losa. Amani conoce el papel que desempeñaron las desigualdades sociales y los prejuicios entre tutsis y hutus y que provocaron la masacre en este pequeño país africano, que entre abril y julio de 1994 se cobró la vida de casi un millón de personas. Más de treinta años después del genocidio, y pese a la política de reconciliación nacional que supervisa el gobierno, Amani está convencido de que su trabajo y el de sus compañeros es necesario para reducir las agresiones y la sed de venganza entre los ruandeses.