Cada día, en Estados Unidos, mueren por arma de fuego nueve menores de edad. Algunos perecen en tiroteos masivos que acaparan los titulares de los medios de comunicación, pero muchos otros fallecen en accidentes domésticos, porque agarran las armas de sus padres. Aún así cada vez es más habitual que a los niños estadounidenses se les regale un arma de fuego por su cumpleaños o por Navidad.
A pesar del número creciente de familias destrozadas por la pérdida de sus hijos, el poderoso lobby de las armas continúa alentando a los ciudadanos a armarse. En ferias especializadas -e incluso en supermercados- se pueden adquirir escopetas y rifles de asalto diseñados específicamente para menores por menos de 100 dólares.
Sin embargo, empieza a gestarse una reacción a todo esto: hay un grupo de ciudadanos que se organizan para proteger a sus seres queridos, exigiendo un mayor control sobre la compraventa de armas. Hasta ahora, sus esfuerzos han resultado estériles. En 2013, Barack Obama intentó una ambiciosa reforma, pero el proyecto fue bloqueado por un Congreso sometido a la influencia de la Asociación Nacional del Rifle (NRA).
¿Debería el derecho a portar armas extenderse también a los niños?