La ciudad tailandesa de Pattaya sigue siendo un centro de turismo sexual internacional. Desde que cesaron las limitaciones a los viajes por la pandemia, cientos de miles de hombres de todo el mundo han vuelto a visitar el país en busca de sexo.
Locales con bailarinas gogó, cuestionables salones de masajes y numerosos bares al aire libre llenos de mujeres jóvenes con poca ropa. A estos lugares acuden turistas sexuales de todas las edades. La metrópoli costera de Pattaya, en la costa oeste de Tailandia, vuelve a la "normalidad” de antaño.
Un turista alemán lo resume así ante la cámara: "¿Que por qué estamos todos aquí? ¡Aquí puedes tener más sexo por menos dinero!". Otro alemán más joven no está de acuerdo: "No vine en busca de sexo, sino de amor", asegura Stefan, quien se queja de que sus numerosas conquistas al final solo se interesan por su dinero.
Durante dos años, no hubo turismo sexual. El enorme barrio rojo de Pattaya estuvo completamente inactivo debido al coronavirus. Una situación crítica para los 60.000 trabajadores y trabajadoras sexuales de la ciudad. Aunque el Estado tailandés genera miles de millones en ingresos fiscales gracias al negocio del sexo, la prostitución está oficialmente prohibida, así que los trabajadores del sector fueron excluidos de todos los programas de ayuda estatal. Ese es el caso Aom. Esta trabajadora sexual quedó embarazada de un cliente alemán que juró serle fiel y luego la abandonó con el bebé. Ahora Aom está tratando de obtener al menos una pensión alimenticia a través de un abogado y continúa trabajando en el comercio sexual. Ya no acepta clientes alemanes.
Este documental se adentra en el barrio rojo de Pattaya y refleja la doble moral imperante. Turistas sexuales alemanes que se autoconvencen de que con sus citas garantizan la supervivencia de familias tailandesas empobrecidas. Y el dueño de un restaurante del norte de Alemania que afirma que aquí las chicas están en las calles con faldas cortas únicamente por el clima cálido.
Los operadores turísticos también ganan dinero con el negocio del sexo, aunque prefieran no hablar de ello. Todos incluyen Pattaya en su oferta de viajes. Sin embargo, las agencias alemanas presumen de estar comprometidas con la lucha contra la prostitución infantil. ¿Pero quién controla que esto sea así?
El confinamiento por el coronavirus agravó enormemente el problema de los abusos. En el barrio rojo de Pattaya, donde, según fuentes oficiales, ya no existe la prostitución de menores, el equipo de filmación sigue el rastro de pederastas. Y de un alemán que consigue salir del país poco después de su detención. ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Y qué tan bien está funcionando la cooperación internacional en este importante asunto?
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