Los aludes son impredecibles, destructivos y a menudo mortales. Las masas de nieve al precipitarse al valle arrastran todo lo que encuentran en su paso. Equipos de artificieros intentan evitar el peligro mediante avalanchas controladas.
Hasta 10.000 turistas de esquí se mueven a diario por la zona del glaciar de "Kitzsteinhorn”, en Austria. Aquí, una buena nevada nocturna puede dejar medio metro de nieve fresca. Entonces es cuando René Zisek y su equipo de artificieros entran en escena. Al amanecer, antes de que lleguen los primeros entusiastas de los deportes de invierno, examinan la zona y colocan cargas explosivas en las pendientes cargadas de nieve nueva. "Especialmente cuando hay nevadas fuertes, tenemos que asegurarnos de que ninguna avalancha ponga en peligro a nuestros huéspedes en las pistas de esquí", dice René Zisek al encender la mecha de los explosivos. El guardián jefe de pista y sus colegas se aseguran de que los aludes estallen de forma controlada. Qué fuerzas destructivas pueden desencadenar las avalanchas, es algo que examina el investigador de aludes, Engelbert Gleirscher, entre otros lugares, en un área de pruebas en el valle de "Stubaital”. Aquí, las avalanchas caen desde una altura de más de 700 metros y chocan con una red repleta de sensores, proporcionando así datos importantes para el desarrollo de dispositivos de protección contra avalanchas. Se trata de evitar a toda costa una catástrofe como la ocurrida en el pequeño pueblo de montaña de Galtür en 1999, donde 38 personas murieron en el mayor accidente causado por un alud en los Alpes.
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