Es muy probable que el marqués de Santillana nunca viajase fuera de la Península Ibérica. Sin embargo, las obras que encargó desde su palacio de Guadalajara revelan un personaje curioso y cosmopolita, perfecto conocedor de las innovadoras propuestas visuales que desde hacía muy poco se habían gestado en Flandes e Italia. Las pinturas que solicitó a Jorge Inglés para la iglesia del hospital de San Salvador de Buitrago de Lozoya (Madrid) o las iluminaciones de los manuscritos de su biblioteca demuestran que fue uno de los pioneros en la introducción de las novedades artísticas foráneas en Castilla. Los libros de lujo, además de satisfacer una pasión bibliófila egoísta y solitaria, también fueron objetos que otorgaban fama y prestigio a sus propietarios y, a menudo, fueron utilizados como artefactos diplomáticos. Consciente de estos valores, el marqués de Santillana recurrió a agentes y redes de intercambio que le permitieron entrar en contacto con algunos de los grandes centros de producción de manuscritos iluminados, y así emular y competir con otros distinguidos bibliófilos coetáneos, como Alfonso el Magnánimo (1396-1458), Íñigo Dávalos (1414-1484) o Nuño de Guzmán (h. 1405-post. 1467). De este modo ratificó su liderazgo cultural y estético entre la nobleza castellana del siglo XV.
Pocas personalidades del siglo XV castellano resultan tan atractivas como Iñigo López de Mendoza, el Marqués de Santillana (1398-1458). Noble culto y poderoso, se distinguió tanto por el cultivo de las letras –fue un destacado poeta e historiador de la literatura y reunió una excepcional biblioteca– como por una activa labor de promoción artística. Más allá de abordar estas facetas de su personalidad y la huella que tuvieron en la memoria familiar de los Mendoza, el ciclo tratará también de desvelar los intereses comunes que sintieron otros destacados nobles hispanos y europeos.
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