En un tercio del país la policía y el ejército están ausentes de facto. Por ese motivo, en algunas regiones son milicias armadas las que asumen su función. A una de las más numerosas se la conoce como Koglweogo y cuenta con hasta 40.000 miembros.
En un principio, el objetivo de estas milicias era garantizar la "ley y el orden”, asumiendo tareas policiales, protegiendo a los ciudadanos de los criminales. Con lo que arrestaban a ladrones que robaban ganado o entraban en viviendas y comercios. Las propias milicias se encargaban de dictar y ejecutar sentencias, ante la mirada del público, en la plaza central, que consistían en apaleamientos o latigazos. La mayoría de los ciudadanos afirman estimar a los milicianos, pero algunos se quejan, sin atreverse a levantar su voz, de su arbitrariedad brutal. Aunque los expertos sobre extremismo del país alertan del surgimiento de señores de la guerra, la mayoría de la población apoya a las milicias.
Porque Burkina Faso se encuentra bajo una amenaza de proporciones aún mayores. En el norte del país terroristas yihadistas asaltan pueblos. En cinco años acabaron con la vida de casi 1.600 personas, más de un millón de ciudadanos fueron desplazados. Frente a esta creciente amenaza, el estado, debilitado, no cuenta con el personal ni los fondos necesarios para combatir a los terroristas. La Koglweogo intenta por todos los medios proteger a las personas afectadas, pero por lo rudimentario de su armamento están en clara desventaja frente a los yihadistas.
De ahí que el Gobierno de Burkina Faso creara la llamada VDP: voluntarios para la defensa de la patria. A menudo, los voluntarios provienen de las milicias ciudadanas. Armados, pero sin formación, luchan codo a codo con los soldados contra los yihadistas. Un puñado de hombres como refuerzo, aunque solo sea una gota en el mar.
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